Poesía posmodernista de María Eugenia Vaz Ferreira y César Vallejo (Ensayo final 070121)
Poesía posmodernista
de María Eugenia Vaz Ferreira y César Vallejo
“Barcarola de un escéptico” y “El ataúd flotante” son
poemas que pertenecen al poemario La isla
de los cánticos, de María Eugenia Vaz Ferreira. Ambos tienen como tópico en
común el mar, Wilfredo Penco explica que para Vaz Ferreira el mar se traduce
como “símbolo (…) de infinitud, de grandeza, e ideal de su más íntima
inspiración.” (1976, p. 125), el mar se presenta como el lugar o la razón que
detona el sentido reflexivo de ambos poemas. Los títulos hacen alusión a
movimientos producidos por el agua: una barcarola es un canto que imita el
movimiento de los remos con su ritmo; el flotar es una acción que sólo puede
llevarse a cabo en un elemento líquido, en este caso el agua, de igual manera,
en el tercer verso de “El ataúd flotante” se habla sobre una “instable
fluctuación perpetua”, entiéndase fluctuación como una vacilación sobre las
aguas por el movimiento agitado de las mismas. Ambos poemas desarrollan un
contraste entre el movimiento y lo estático, siendo el movimiento representado
a través del agua. El sujeto lírico funge como el elemento estático en los
poemas, se mantiene observando el movimiento que hay en ambos poemas, pero nunca
interviene de forma activa en él, es el alma y la esperanza las que se dedican
a moverse por todo el poema, el sujeto lírico parece más bien tener cierto
carácter omnipresente que le permite conocer detalles como que el alma no se
atrevió a arrojar la red y el estado de muerte en el que se encuentra su
esperanza, esta habilidad de generar conocimiento por medio de la visión, es un
punto que se retomará más adelante.
Sergio Visca en su estructura
ucrónica, donde divide los poemas en cuatro series poéticas: “poemas de
amor; poemas de angustia y/o desesperanza; poemas de apaciguamiento de la
angustia existencial; poemas de anhelo de trascendencia.” (Visca, 1979, p. 94),
expone que la segunda serie, a la que pertenecen “Barcarola de un escéptico” y
“El ataúd flotante”, presenta un sentimiento predominante de ajenidad que
“genera angustia o desesperanza, o angustia y desesperanza, y, desde luego, una
tensa vivencia de la soledad interior.” (Visca, 1979, p. 100). La falta de
intervención del sujeto lírico en el poema también marca ese sentimiento de enajenación.
El segundo verso de “Barcarola de un escéptico”: “que tornas al viejo lar” (Vaz,
1956, p. 39) está indicando el regreso del alma al sujeto lírico, quien es el
viejo hogar, como si el alma hubiese estado mucho tiempo alejada de ese hogar.
“El ataúd flotante” encuentra una expresión más clara de este sentimiento en
relación con la esperanza cuando se lee: “no sé si un tiempo vigorosa fuiste”
(Vaz, 1956, p. 47), este verso indica la falta de contacto con la esperanza en
sí, se sabía que estaba presente en el sujeto, pero no tenía ni idea de si era
un sentimiento fuerte el que poseía, y toma consciencia de ello hasta el
momento de su muerte.
Los verbos empleados en “El ataúd flotante” y “Barcarola
de un escéptico” refieren constantemente a la visión que le permite al sujeto
lírico llegar al conocimiento. La vista permite el acceso a la interpretación
de su realidad, siempre y cuando el objeto se encuentre externo al sujeto podrá
verlo claramente, pero cuando lo observado se mueva a un plano interior, la
vista se volverá borrosa, esto sucede con la esperanza en “El ataúd flotante”,
la imagen de la esperanza es nítida cuando se encuentra fuera del sujeto
lírico, puede verla volver y aproximarse a él, el color blanco representa la luz
en la vista, pero cuando se transporta el mismo ente a el plano interior, se
encuentra con un vacío borroso y la visión del sujeto pierde claridad, sólo
puede ver la sombra de la esperanza y el color negro que se presenta como la
oscuridad en la vista. Visca, al inicio de su texto, cuenta sobre Vaz Ferreira
que “Quienes la conocieron y trataron con alguna intimidad, dan testimonio de
que vivió casi trágicamente acosada por tormentas interiores.” (1979, p. 88), y
el contraste que se hace en “el ataúd flotante” entre la luz exterior y la
oscuridad interior, representa con exactitud el funcionamiento de un ser
turbado por dentro.
Otro de los temas en común, sobre el que se reflexiona en
los textos, es lo metafísico. El alma y la esperanza, que Vaz Ferreira
posiciona como protagonistas de su introspección, son las figuras en donde
germina el sentimiento de desesperanza que le atañe a ambos poemas. En
“Barcarola de un escéptico” es el alma quien tiene como objetivo echar la red
al mar, pero no se atreve a hacerlo, dicho de otra forma, el alma es la que
puede intentar entrar en contacto con su símbolo ideal, pero el intento fallido
le deja una sola cosa por hacer, aunque en realidad son dos, y así es que en la
tercera estrofa se leen estos tres versos cargados de desesperanza: “Entre la
arena y las olas/ existen dos cosas solas:/ morir o matar.” (Vaz, 1956, p. 39),
no se pueden esperar más intentos, la resignación es la única opción. La
desesperanza en “El ataúd flotante” es incluso más evidente, desde el principio
el sujeto lírico hace el reconocimiento de que su esperanza está muerta,
dejando lugar en el poema a su antítesis.
El poema “Barcarola de un escéptico” está plagado del
escepticismo que el título pronostica: se ve desde el alma que no se atrevió a
lanzar la red; está en los pescadores que primeramente parecen lograr una buena
pesca, pero lo que obtienen es tan vano y efímero, que terminan con cosas
muertas o desiertas; se ve por el punto donde decide ir a lanzar la red,
permanece en las orillas del mar, el lugar seguro, porque no cree que valga la
pena adentrarse en el mar; y en el pesimista “morir o matar” porque no hay
expectativas de algo mejor.
Por otro lado, “Los heraldos negros” y “Espergesia” que
pertenecen al poemario Los heraldos
negros de César Vallejo, toman un rumbo distinto al tratar los temas como la
desesperanza y el desencanto, dado que su principal fuente de reflexión, según
la crítica, es la conciencia de la muerte que se muestra en sus poemas. José
Enrique Finol explica que “el descubrimiento del ser-para-morir constituye la
isotopía general, subyacente que genera, anima y motiva numerosos poemas de Los
heraldos negros.” (2010, p. 105) y “Espergesia” es quizá, de los dos poemas, el
que tiene ese sentimiento de angustia frente a la vida y la muerte mayormente impregnado
en todo el texto, pues se halla una reiteración constante por parte del sujeto
lírico del día de su nacimiento, de igual forma, hacia la mitad del poema, en
la cuarta estrofa, se pueden leer los siguientes versos “Bueno. Y que no me
vaya/ sin llevar diciembres, sin dejar eneros.” (Vallejo, 1959, p. 105) que se
presentan como la consciencia de la partida inevitable, lo mismo pasa en el
séptimo verso de la penúltima estrofa, al mencionar “el paso meridiano de las
lindes a las Lindes” que, según el texto de Jim Anchante Arias, pueden ser
interpretadas como “el paso de los límites de la vida cotidiana al Gran Límite,
la División final de todo y para todos: la muerte” (Anchante, 2018, p. 9).
Así como Vaz Ferreira le da un lugar al conocimiento por
medio del sentido de la vista, Vallejo comienza con el tratamiento de este desde
el título de “Espergesia”, que según el Diccionario
de Autoridades (1726-1739) publicado por la Real Academia Española,
espergesia funciona como:
Figura retórica.
Declaración de la
sentencia, o cosa
que s e ha
dicho, cuando se
explica con más
palabras, para su
mayor expresión y
ornato, las cuales
son casi de
una misma significación: o
cuando se truecan
las cláusulas y
sentencia para su
mejor inteligencia. (citado en Anchante,
2018, p. 2).
La condición de saber está expresa desde el título y
continúa desarrollándose a partir del tercer verso: “Todos saben que vivo,/ que
soy malo; y no saben/ del diciembre de ese enero.” (Vallejo, 1959, p. 105), en
esos versos se marca una dualidad entre el saber y el no saber, la conciencia
de que la maldad es una condición humana a la que el sujeto lírico se encuentra
atado, al igual que estar vivo, más adelante, en el décimo primer verso nos
encontramos con la reiteración de lo mismo: “Todos saben que vivo,/ que
mastico… Y no saben/ por qué en mi verso chirrian,/ oscuro sinsabor a féretro,/
luyidos vientos (…)” (Vallejo, 1959, p. 105), esto, según Anchante (2018), se
interpreta como un cambio en la forma de expresión: la maldad es inherente al
ser humano y es tan natural en él como la acción de masticar. El no saber, se
presenta en ambos casos como la ignorancia de la muerte, dado que el verso:
“(…) y no saben/ del diciembre de ese enero” (Vallejo, 1959, p. 105) estaría dando
a entender el paso de la vida a la muerte, como el término de un año, un diciembre
que se convierte en enero, la idea se comunica también en los últimos versos de
la antepenúltima estrofa: “Y no saben que el Misterio sintetiza…/ que él es la
joroba/ musical y triste que a distancia denuncia/ el paso meridiano de las
Lindes a las lindes” (Vallejo, 1959, p. 105), el Misterio visto como el futuro
que a la distancia guarda el destino del sujeto lírico y todo ser humano, la
muerte.
Otra línea temática muy importante que atravesará
fuertemente a ambos poemas, es el abandono de Dios y el sentimiento de orfandad
que esto generará en el sujeto lírico. Desde los primeros dos versos de
“Espergesia”, el nacimiento del sujeto lírico se marca como un acontecimiento desafortunado,
pues las circunstancias parecen un augurio a una vida privada de la gracia
divina, “Yo nací un día/ que Dios estuvo enfermo” (Vallejo, 1959, p. 105) es lo
que rezan los primeros dos versos, la ausencia de Dios desde el primer momento
en que el sujeto lírico comienza a enfrentarse a la hostilidad de un mundo, que
se verá en “Los heraldos negros”, marcará al sujeto lírico de una forma
particularmente negativa a lo largo de todo el poema. En “Los heraldos negros”
se repite la misma operación de darle al personaje de Dios una connotación
negativa: “Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!/ Golpes como el odio
de Dios; como si ante ellos,/ la resaca de todo lo sufrido/ se empozara en el
alma… Yo no sé!” (Vallejo, 1959, p. 33), de acuerdo a Finol: “Es después del enfrentamiento
con un mundo hostil, lacerante, que se interpone entre el ideal y el hombre, lo
que inicia, en la reflexión solitaria, la llamada duda existencial.” (2010, p.
105), el abandono de Dios aunado a la dura realidad del hombre, desemboca en el
desencanto de la fe cristiana “Son las caídas hondas de los Cristos del alma”
(Vallejo, 1959, p. 33), lo que provoca una crisis existencial que se traducirá
como la angustia del sujeto lírico sobre la vida y la muerte.
En “Los heraldos negros” el constante sufrimiento humano
dentro de una vida que está a la sombra fuera del ojo de Dios, llevará al
sujeto lírico a sentir una profunda empatía y compasión por el hombre: “Y el
hombre… Pobre… pobre! Vuelve los ojos, como/ cuando por sobre el hombro nos
llama una palmada”, la crítica explica que:
La
poesía revela el grado de solidaridad con el hombre que sufre. La conciencia
del absurdo no sólo le lleva a sentirse expulsado de la felicidad, del goce,
sino a aliarse con todos los hombres que sufren. Es una solidaridad cósmica con
el sufrimiento, con el hombre. (Finol, 2010, p. 106).
Es la sensación de soledad y la conciencia del vivir para
morir, que hay impresos en ambos poemas, lo que cultiva un sentimiento
desesperanzador ante las posibilidades del sujeto lírico y las circunstancias
en que se encuentra dentro de ambos poemas.
En conclusión, tanto la poesía de Vaz Ferreira como de
Vallejo tienen un alto contenido reflexivo sobre el yo y la realidad en que ese
yo se mueve, las similitudes se encuentran en los temas propuestos: la
desesperanza, soledad, angustia, desencanto, etc. Pero hay diferencias en el
tratamiento y desarrollo que cada uno le da a los tópicos: “Barcarola de un
escéptico” y “El ataúd flotante” de Vaz Ferreira, presentan una poesía de
esencias, el alma y la esperanza le dan una visión introspectiva al poema, y se
apoya en la sencillez, sin perder el sentido estético, para comunicar el
mensaje; para “Los heraldos negros” y “Espergesia” de César Vallejo, el
carácter religioso o divino es lo que caracteriza a ambos poemas y los versos
apuestan por una forma más intrincada de reflexionar sobre el yo. De cualquier
forma, ambos textos rompen, ya sea en mayor o menor medida, con el esquema
modernista de la época y se instituyen como textos posmodernistas que obedecen
a la sencillez del lenguaje, la sinceridad y la búsqueda de lo personal.
Bibliografía
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