De posmodernidad y feminismo, o algo así

 

De posmodernidad y feminismo, o algo así

Tarnas, en su ensayo “La mentalidad posmoderna”, expone que la situación intelectual en la que se encuentra la sociedad posmoderna propicia el pensamiento autocrítico de las categorías previamente establecidas, y que se ha marcado como objetivo la búsqueda crítica de la verdad y la deconstrucción de los aspectos de una realidad previamente aceptada; explica que la realidad no es un “dato sólido que se contenga a sí mismo” (Tarnas, 1991, p. 362), al contrario es un universo que está siendo constantemente moldeado y transformado por el ser humano, dado que el acto mismo de interpretación de la realidad involucra la construcción y no sólo la percepción. Como la interpretación es la forma de comprensión humana de la realidad, se reconoce la necesidad de emplear el conocimiento empírico y el razonamiento crítico, pero también es pertinente enfatizar en la pluralidad de verdades, pues el conocimiento humano no puede encontrar una opinión que sea verdadera sobre las demás.

El “paradigma”, según Tarnas, es un elemento recurrente en el discurso posmoderno para alentar a la evaluación empática de opiniones y formas de pensar no comunes o propias de las minorías, pero también promueve una revisión más severa con las ideologías que anteriormente pudieron haber sido vistas como canon, lo que ha permitido realizar un análisis de los aspectos que influyen en la interpretación del mundo y lo que colectivamente se concibe como verdad. Pero este análisis trae consigo una ambigüedad casi problemática, pues el ser humano interpreta desde un punto de vista interno de la realidad, debido a que “todo objeto de conocimiento forma parte de un contexto preinterpretado, y más allá de ese contexto sólo hay otros contextos preinterpretados.” (1991, p. 363), esto nos deja a un sujeto incapaz de trascender su propia subjetividad interpretativa, y ni siquiera la fusión de horizontes podría acercar al sujeto y al objeto a un plano más objetivo.

El autor continua su explicación planteando que la falta de bases sólidas, para una cosmovisión unificada, dificulta igualmente la aprehensión precisa de la realidad, y es el lenguaje uno de los factores más influyentes en la inestabilidad y la limitada interpretación de la misma. Y así avanza el pensamiento posmoderno en su proceso de deconstrucción, pasando por todo aquello que el conocimiento humano pueda alcanzar y poniendo en duda cualquier intento de razón absoluta, como la que, en un pasado, se habría visto impuesta por la mentalidad occidental.

Tarnas expresa que el mundo académico ha tenido un papel muy activo en la deconstrucción del pensamiento tradicional: “El ethos intelectual subyacente radica en desmontar estructuras establecidas, desinflar pretensiones, refutar creencias, desenmascarar apariencias; en resumen, una «hermenéutica de la sospecha»” (Tarnas, 1991, p. 366), también menciona el compromiso ideológico con las minorías que son de suma relevancia para el pensamiento posmoderno, pues es la forma más clara de oponerse a “la tiranía de totalidades” (Tarnas, 1991, p. 366) y rechazar el dogma. Aunque esto le sirve para señalar un posible error de la concepción posmoderna, y es que no hay una concepción posmoderna, cualquier intento de unificación o reconciliación serán vistos como atentados contra el pluralismo en el que se funda el pensamiento posmoderno. Pero son precisamente estas características las que nutren la esperanza del surgimiento de una nueva percepción capaz de trascender el estado actual del pensamiento posmoderno, pues la invitación a la convivencia entre distintos paradigmas y distintas concepciones propiciará el resurgimiento de los principios que precedieron a la era posmoderna, y habrá un cambio en el rol que desempeñan, así que el pensamiento colectivo se verá nutrido por el conocimiento, no sólo de distintas épocas, sino también de otros lugares fuera de Occidente.

Estas trasformaciones también habrán dado paso a las nuevas concepciones de religión y ciencia, dado que, en el caso de la religión, la multiplicidad de opiniones le permite a cada uno elegir una “relación con las condiciones últimas de la existencia humana” (Tarnas, 1991, p. 368) libremente; e igualmente con la ciencia, a la que se le ha dado mayor libertad para explorar su realidad de formas variadas, lo que permitió ahondar en estudios sobre la mente humana y su forma de percibir la realidad, la cual es profusa e intrincada, pues “Son tales la complejidad y la diversidad intrínsecas del fondo de datos que la mente humana tiene a su disposición, que en él pueden apoyarse de modo admisible múltiples concepciones diferentes de la naturaleza última de la realidad.” (Tarnas, 1991, p. 370-371), por lo que la labor humana es encontrar la configuración de opiniones ideal para obtener los resultados que impacten positivamente. Se pretendía que el análisis crítico junto con el proceso de deconstrucción terminara por deshacer la perspectiva previa a la época posmoderna, y que con ello nuevas cosmovisiones surgiesen.

De acuerdo a Tarnas, el objetivo del romanticismo sobre reconciliar un elemento con su contraparte, por ejemplo sujeto y objeto, se ha instaurado como una nueva vía de la posmodernidad, lo que deja con dos posibles direcciones al camino posmoderno, por un lado esta “una deconstrucción y un desenmascaramiento radicales (del conocimiento, las creencias y las cosmovisiones)” (Tarnas, 1991, p.372) y por otro lado vemos la reconciliación e integración presentada por el romanticismo. Pero es precisamente el feminismo, uno de los movimientos de mayor importancia de la posmodernidad, quien representa el lado radical posmoderno y se encarga de analizar en diferentes niveles el funcionamiento de la sociedad, buscando las categorías que deben ser desarmadas y transformadas. Es gracias a sus análisis que el pensamiento contemporáneo ha podido explorar otras alternativas de interpretación que no estén forzosamente definidas por dicotomías inflexibles. Los ensayos sobre los que se reflexiona en los siguientes párrafos respaldan lo afirmado anteriormente.

Virginia Woolf en su ensayo “La hermana de Shakespeare” se apoya en un libro del historiador Trevelyan para realizar un análisis histórico sobre la opresión de la mujer, partiendo de la Inglaterra de 1470, donde mujeres eran golpeadas y vistas como objetos para conseguir prestigio mediante matrimonios concertados mucho antes de que ellas tuviesen edad para comprender lo que estaba pasando; prosigue a un escenario doscientos años después, donde las mujeres de alta alcurnia tenían cierta libertad de elegir a sus esposos, pero esa libertad terminaba en donde comenzaba la soberanía del marido; entonces el historiador menciona algo muy importante, y es que la imagen de las mujeres de la literatura no concordaba con la realidad de las mujeres en el plano facticio de ese momento, así Woolf desarrolla una hipótesis en base a lo que el historiador expone: existe toda una tradición literaria que permite usar a las mujeres como fuentes de inspiración, como las musas del poeta, sin alterar la perspectiva de su valía en el terreno extraliterario. Es esta práctica la que da origen a una doble idea de la mujer en esos tiempos:

Reina en la poesía de punta a punta de libro; en la Historia casi no aparece. En la literatura domina la vida de reyes y conquistadores; de hecho, era la esclava de cualquier joven cuyos padres le ponían a la fuerza un anillo en el dedo. Algunas de las palabras más inspiradas, de los pensamientos más profundos salen en la literatura de sus labios; en la vida real, sabía apenas leer, apenas escribir y era propiedad de su marido. (Woolf, 2016, p. 461)

Chimamanda Ngozi Adichie toma un enfoque diferente cuando habla de la opresión que viven las mujeres, parte tomando su propia vida como objeto de ese estudio y muestra la carga negativa que se le ha dado al término feminista en la actualidad. Es curioso que la mujer de la literatura, esa heroína llena de carácter e idealizada por los varones que ha querido convertirse en la mujer de hechos, haya sido actualmente catalogada por el gremio masculino como una mala mujer. Cuenta Chimamanda que la primera vez que fue llamada feminista, a pesar de desconocer su significado, era perfectamente consciente de que el término no le era adjudicado como un cumplido, y cuando su literatura años después recibió la misma etiqueta, decidió agregar las connotaciones positivas necesarias, con la finalidad de que ser feminista no fuese lo que la sociedad conservadora le decía que representaba: “Odias a los hombres, odias los sujetadores, odias la cultura africana, crees que las mujeres deberían mandar siempre, no llevas maquillaje, no te depilas, siempre estás enfadada, no tienes sentido del humor y no usas desodorante.” (Ngozi, 2012, p. 3), pero tratar de no incomodar al grupo conservador que muy a menudo encuentra un nuevo defecto en la concepción feminista, no es la solución y ella lo sabía.

Virginia Woolf, siguiendo con su discurso sobre la dualidad en la imagen de la mujer del siglo XVI, pone sobre la mesa la siguiente propuesta: “para que la mujer cobre vida es pensar al mismo tiempo en términos poéticos y prosaicos, sin perder de vista los hechos (…), pero sin perder de vista la literatura tampoco” (Woolf, 2016, p. 461), y aunque se dibuja como una vía factible de acción, Woolf reconoce que no es algo aplicable a las mujeres comunes de la época de Isabel I, por medio de este ejemplo elabora una crítica a la desaparición de la figura de la mujer en la Historia, porque su presencia es apenas visible gracias a algunas mujeres de la realeza que alcanzaron a destacarse, pero la Historia nunca se interesó por la vida de la mujer promedio, no hay información de ella y Virginia Woolf reflexiona y lanza la pregunta:

(…) ¿por qué no podrían añadir un suplemento a la Historia, dándole, por ejemplo, un nombre muy discreto para que las mujeres pudieran figurar en él sin impropiedad? Se las entrevé un instante en las vidas de los grandes hombres, desapareciendo en seguida en la distancia, escondiendo a veces, creo, un guiño, una risa, quizás una lágrima. (Woolf, 2016, p. 462)

Y su crítica se mueve hacia la falta de participación femenina en la producción literaria. Aunque no haya forma de saber cómo vivían las mujeres de antes del siglo XVIII, no es coincidencia que ninguna mujer haya sido participe de la creación literaria en ese tiempo, y por obviedad se sabe que las mujeres no tenían el mismo acceso que un hombre a la educación y probablemente eran obligadas a casarse a temprana edad. Entonces Woolf ejemplifica la realidad de esas mujeres con la vida de un personaje hipotético, la hermana de Shakespeare nace para darle voz a la mujer de antes del siglo XVIII cuya existencia no fue incluida en los registros históricos.

Judith, la hermana de Shakespeare, se presenta como una mujer con los mismos intereses y talentos que su hermano, pero las diferencias entre ambos son claras, Judith no tiene las mismas oportunidades porque ella no es un varón, de una mujer nunca se necesitó que supiese leer ni escribir, la mujer tenía que ser diestra en la cocina y en el tejido, cualquier actividad reservada para los hombres era vista como una pérdida de tiempo si una mujer ponía su interés en ello; entonces mientras Shakespeare podía hacerse de una familia e inmediatamente salir a explorar el mundo teniendo casi un éxito inmediato en su empresa, Judith ya estaba destinada al matrimonio, dado que ese era su deber civil y su deber para con sus padres, porque siempre se espera que el sentimiento de honrar a la familia sea todavía mayor en una mujer, pero Judith fue pensada como un personaje transgresor, por lo que toma sus cosas y escapa del futuro que no desea tener, aunque para una mujer de esa época las alternativas son muy pocas, si no es que nulas, entonces a Judith le es negada la posibilidad de cambiar su realidad, no es capaz de ejercer el oficio que ella habría querido y termina siendo cobijada por un hombre que la deja encinta, y “¿quién puede medir el calor y la violencia de un corazón de poeta apresado y embrollado en un cuerpo de mujer?” (Woolf, 2016, p.464), Judith se suicida y su nombre queda olvidado con el resto de nombres de mujeres que la Historia nunca se molestó en mencionar. Woolf llega a la conclusión de que una mujer con el genio de Shakespeare no podría haber logrado lo que él en ese momento, porque el mundo no poseía la cosmovisión que permitiría a las mujeres cultivar su intelecto y alcanzar a crear piezas literarias tan buenas o mejores que las de autoría masculina, que eran el estándar en ese entonces.

Chimamanda, en cambio, expresa las diferencias entre hombres y mujeres a nivel social con una anécdota de su infancia, en ella podemos ver que, aunque en la actualidad las mujeres tengan acceso a la educación y la posibilidad de superarse a nivel intelectual, lo que no ocurría con las mujeres que vivieron en el período de Isabel I, las oportunidades de llevar un papel protagónico siguen siendo limitadas y todavía se espera que las mujeres sepan dar un paso al costado en la carrera de sueños y ambiciones, para que un hombre pueda alcanzar lo que a ellas les está prohibido naturalmente:

Si hacemos algo una y otra vez, acaba siendo normal. Si vemos la misma cosa una y otra vez, acaba siendo normal. Si solo los chicos llegan a monitores de clase, al final llegará el momento en que pensemos, aunque sea de forma inconsciente, que el monitor de una clase tiene que ser un chico. Si solo vemos a hombres presidiendo empresas, empezará a parecernos “natural” que solo haya hombres presidentes de empresas. (Ngozi, 2012, p. 3)

En “La hermana de Shakespeare” también encontramos la misma creencia cuando se menciona a las mujeres que pudieron haber publicado alguno de sus trabajos: el anonimato es inherente a las mujeres, al contrario de los hombres que buscan ser reconocidos, en las mujeres:

La anonimidad corre por sus venas. El deseo de ir veladas todavía las posee. Ni siquiera ahora las preocupa tanto como a los hombres la salud de su fama y, hablando en general, pueden pasar cerca de una lápida funeraria o una señal de carretera sin sentir el deseo irresistible de grabar en ellos su nombre como Alf, Bert o Chas se ven forzados a hacer en obediencia a su instinto, que les murmura cuando ven pasar a una bella mujer o a un simple perro: Ce chien est à moi. (Woolf, 2016, p. 465)

Cada texto ha sido escrito en espacios temporales totalmente distintos, pero problemáticas muy similares en torno a la mujer son presentadas en ambos. ¿Cuál es el panorama para la mujer en ambos textos? La mujer del siglo XVI nacida con el talento para la poesía, bien lo remarca Woolf, es una mujer que vive en constante conflicto consigo misma, porque el ambiente aun no es el propicio para cultivarse intelectualmente con total libertad, y se ve doblegada ante las reglas sociales que le ordenan obedecer lo que un varón decida hacer con ella, ignorando lo que su necesidad literaria le pide a gritos. Ngozi sabe que todavía en su presente los varones tienen el título de gobernantes, pero reconoce que las reglas para las mujeres han cambiado y sus posibilidades deben incrementar con ese cambio:

Hoy en día vivimos en un mundo radicalmente distinto. La persona más cualificada para ser líder ya no es la persona con más fuerza física. Es la más inteligente, la que tiene más conocimientos, la más creativa o la más innovadora. Y para estos atributos no hay hormonas. Una mujer puede ser igual de inteligente, innovadora y creativa que un hombre. Hemos evolucionado. En cambio, nuestras ideas sobre el género no han evolucionado mucho. (Ngozi, 2012, p. 5)

Pero contrario a lo que se espera, la mujer que quiere entrar a un mundo creado por hombres y para hombres, será regresada a su asiento de una patada. En el texto de Virginia Woolf, siguiendo la línea donde habla de la importancia del estado mental que una persona necesita para generar una obra magistral, la afirmación de que una mujer del siglo XIX es incapaz de realizar esta hazaña, dada la falta de recursos materiales y un contexto que le brindase la suficiente paz mental para llevar a cabo su labor artística, abona a la sospecha de que si un artista masculino era tratado por la sociedad con indiferencia, una mujer se toparía con la hostilidad del mundo, porque ella no necesitaba escribir ni expresarse artísticamente, pues “Eran legión los hombres que opinaban que, intelectualmente, no podía esperarse nada de las mujeres.” (Woolf, 2016, p. 468).

Las mujeres de Chimamanda también son despreciadas en el plano intelectual, dado que, en cualquier campo laboral, constantemente se toparán con un hombre al mando o en un puesto más elevado que sobrestime el trabajo de otros varones, sea igual de bueno o peor que el de la mujer que está siendo menospreciada. Lo que Ngozi presenta son mujeres que, como las mujeres del siglo XIX, se sienten apresadas e imposibilitadas porque no pueden manifestar su descontento, la rabia no es bien vista en una mujer, los comportamientos que en un hombre serían dignos de halagos y admiración, en una mujer resultan incómodos y de mal gusto. Igual que las mujeres artistas del siglo XIX eran insultadas y rebajadas, las mujeres del siglo XXI continúan siendo enseñadas a agachar la cabeza y preocuparse por lo que piensa el varón que tienen al lado, Woolf hace énfasis en esta conducta comentando:

“(…) aquí nos acercamos de nuevo a este interesante y oscuro complejo masculino que ha tenido tanta influencia sobre el movimiento feminista; este deseo profundamente arraigado en el hombre no tanto de que ella sea inferior, sino más bien de ser él superior, este complejo que no sólo le coloca, mire uno por donde mire, a la cabeza de las artes, sino que le hace interceptar también el camino de la política (…).” (Woolf, 2016, p. 468)

Woolf concluye su texto con el mismo punto que comenzó a desarrollarlo, el genio de Shakespeare encontró buenas oportunidades que propiciaron su crecimiento y la creación de obras espectaculares, en calidad de varón allanó el camino para concentrar sus habilidades literarias en trabajos que hasta la actualidad siguen siendo estudiados y enaltecidos. Ngozi continúa trayendo al plato más situaciones de mujeres en desventaja, mujeres oprimidas e intimidadas, mujeres que son forzadas a rebajarse y limitarse a sí mismas para que los varones puedan seguirse sintiendo superiores al sexo opuesto.

Y no es una cuestión bilógica, porque hombres y mujeres son conscientes de esas diferencias, pero al socializar a las mujeres y a los hombres estas diferencias son magnificadas para que luzca como si hubiese una distancia abismal entre lo que el hombre y la mujer son capaces de hacer, es por eso que el problema reside en la concepción del género que “(…) prescribe cómo tenemos que ser, en vez de reconocer cómo somos realmente” (Ngozi, 2012, p. 10). Chimamanda aprovecha para reflexionar sobre el lugar donde reside la solución a la problemática del género, entonces dedica una sección de su discurso a explicar cómo ciertos cambios en la educación de las generaciones más jóvenes podrían impactar positivamente en su desarrollo, y la importancia que ello tendría en la fundación de una sociedad con más libertades para mujeres e incluso hombres, hombres que también están de alguna forma sujetos al mismo sistema patriarcal, pero con privilegios que vulneran los derechos de las mujeres.

En efecto, los discursos feministas de Chimamanda Ngozi y Virginia Woolf se dedican, como Tarnas apunta en su texto, a analizar de manera exhaustiva, radical y sumamente crítica la tradición cultural e intelectual: en la producción histórica (en el caso de Woolf) y en la vida cotidiana (en lo concerniente a Ngozi), y con mayor acierto los análisis de ambas han descubierto sistemas de opresión que trabajan a la par con el sistema que oprime a las mujeres. Woolf reitera numerosas veces que las oportunidades para la mujer común, de las épocas en las que basa sus análisis, nunca serían las mismas que para las mujeres nobles y de la realeza, entonces la opresión para las mujeres promedio sobre las que reflexiona en su texto, se daba en función al sexo y a la clase social. El análisis de Woolf se enfoca en mujeres inglesas de antes del siglo XX, Ngozi presenta un enfoque africano femenino del siglo XXI,  y ambos textos ponen al descubierto la opresión vivida por mujeres que no pertenecen al mismo lugar y las diferencias o similitudes en la forma de dominación que se ejerce sobre ellas.

Tarnas observa que la crítica feminista dio lugar a la desconstrucción y reconcepción de:

(…) categorías que, establecidas muchísimo tiempo atrás, habían sustentado las oposiciones y las dualidades tradicionales (entre varón y mujer, entre sujeto y objeto, entre lo humano y lo natural, entre cuerpo y espíritu, entre el yo y el otro). (Tarnas, 1991, p. 373)

La desestructuración de esta cosmovisión dicotomizada, ha permitido crear nuevas opiniones o conjuntos de ellas que en un pasado no podrían haber sido concebidas. Esta forma de operar no sólo ha sido aplicada en aspectos de índole feminista, el resto de ámbitos en el pensamiento posmoderno ha optado siempre por seguir el mismo procedimiento de crítica, deconstrucción y reconcepción de los supuestos aceptados por la tradición.

Con todas las posibilidades sin precedentes que el pensamiento posmoderno ofrece, Tarnas vuelve a meter el dedo en la llaga, donde el pluralismo que tanto caracteriza a la concepción posmoderna, merma en su estabilidad como forma de pensamiento, porque la falta de unidad, que tantas perspectivas en desorden provocan, obstaculiza y realentiza la creación de una cosmovisión, y así lo expone Tarnas:

A pesar de la frecuente coherencia en la finalidad, es muy poca la cohesión real, muy escasos en apariencia los medios a través de los cuales pudiera surgir una visión cultural compartida, nulas las perspectivas unificadoras convincentes o suficientemente generales como para satisfacer la floreciente diversidad de necesidades y aspiraciones intelectuales. (Tarnas, 1991, p. 373)

Concluye con la interrogante de qué es lo que se puede esperar de esta forma tan ambigua de interpretar la naturaleza de la realidad, y si es posible que, entre tanta diversidad de perspectivas, se pueda lograr la unificación de las mismas sin opacar o invalidar las unas con las otras.

Pero pensémoslo un poco, al reconocer el problema se ha realizado un avance significativo en la resolución del mismo. Ahora, el feminismo es un movimiento social y político que se divide en varias ramas, estas ramas tienen distintos objetivos y diferentes formas de analizar la realidad, incluso el sujeto político de cada rama puede llegar a variar. El feminismo que presenta Woolf en su discurso no es el mismo que el de Ngozi, ambos se construyen en épocas y lugares diferentes, pero también en ambos se pueden encontrar similitudes que aportan a la concepción colectiva del feminismo. Lo que la convivencia entre distintas perspectivas bajo un mismo nombre prueba es que claramente existe oportunidad de que el pensamiento posmoderno se consolide como una visión cultural universal, hasta cierto punto, que sirva en la creación de nuevos supuestos, su mediación y clarificación, que brinde una manera factible de integrar y unificar las diferentes perspectivas, y que pueda velar por las nuevas configuraciones interpretativas que puedan surgir en el futuro. Es importante escuchar detenidamente las propuestas de pensamiento que se ofertan dentro de la concepción posmoderna y analizar los puntos en común que puedan darle uniformidad al discurso posmoderno.

Bibliografía

Ngozi Adichie, C. (Conferencista), Gascón, M. (Transcriptora), Calvo, J. (Traductor). (2012). Todos deberíamos ser feministas. Recuperado de https://www.accionenredmadrid.org/wp-content/uploads/2016/09/TODOS-DEBER%C3%8DAMOS-SER-FEMINISTAS.pdf?fbclid=IwAR3a5iSIqgE2rAMXeV_smpmthX6rRyXxJ1okzcCG9o2ydaPrVHabQsWCR-w

Tarnas, R. (1991). La mentalidad posmoderna en La pasión de la mente occidental [archivo PDF]. Recuperado de https://www.lectulandia2.org/book/la-pasion-de-la-mente-occidental/

Woolf, V. (2016). La hermana de Shakespeare en Una habitación propia. México: Editores Mexicanos Unidos.

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